Imaginarios y discursos médicos
Arq. Dr. Isaac Sáenz
El ensayo Imaginarios, discursos urbanos e ilustración en Lima tardo virreinal (1746-1824), del arquitecto Dr. Isaac Sáenz presenta con fina clareza lo que venía aconteciendo históricamente en términos de los Imaginarios y discursos médicos (Cap.3) de la Lima Virreinal, en este capítulo de su ensayo tiene una importancia relevante, en materia de nuestra investigación para la tesis sobre la arquitectura hospitalaria, por eso, no podía de dejar publicar a través de mi blog, ya que entiendo que algunos investigadores en el tema de la arquitectura y la salud, tiene sí un contexto importante para podernos entender de las necesidades de habitabilidad (hoy) y en términos históricos (pasado-presente), donde reflejan analogías retroalimentadores que en el fondo es: el territorio, la ciudad, el edificio hospitalario, y por supuesto la medicina, tenemos como misión preservar también la sustentabilidad de las partes-partes y partes-todo, veamos como lo explica el Dr. Sáenz.
J.Villavisencio
Arq. Jorge Villavisencio; Arq. Dr. Isaac Sáenz; Arq. MSc. Manuel Zavala - FAUA/UNI/2008
Circulación y respiración: una revolución sensorialLa incorporación del tema médico y especialmente el discurso higiénico en la discusión urbana se inició en Europa a partir de una nueva sensibilidad que se puede rastrear desde fines de la edad media, como parte de lo que Norbert Elías llamó el proceso de la civilización[1] y que Alain Corbin, define para el siglo XVIII, como una revolución sensorial, particularmente olfativa, que partía de las convicciones de los médicos, los progresos de la química y de la demografía naciente[2]. Esta revolución consideraba al olfato como el punto de partida de una transformación de las actitudes hacia el entorno físico y social. La revolución sensorial del olfato de acuerdo a Corbin, nos hizo intolerantes a los olores pútridos de nuestro entorno[3]. Estos cambios en el sentido olfativo tendrán sus repercusiones en el ámbito urbano, en su percepción y en sus formas de intervención. ¿Cuáles serian las estrategias de eliminación del amenazante entorno pútrido? De acuerdo a Corbin, la circulación constituía el vehículo de mayor efectividad que los higienistas podían implementar en la lucha contra los miasmas; la limpieza eficiente no consistía tanto en lavar, sino drenar, permitir la circulación y evacuación de las impurezas (Dávalos, 1997: 36).
Por su parte Richard Sennet sostiene que los antecedentes de esta sensibilidad higiénica y su aplicación a las prácticas urbanas, implementadas durante el siglo XVIII, se encuentran en los trabajos de los médicos, especialmente en los estudios de la fisiología en torno a la circulación de la sangre y la respiración. Las teorías de Harvey del siglo XVII, sobre los principios de la circulación sanguínea, produjeron cambios importantes en las formas de entender el cuerpo y la sociedad, principios que fueron tomados tanto por los médicos como por los economistas. Se entendía que la circulación y la respiración eran beneficiosas, no sólo para la salud del cuerpo, sino para aspectos tan diversos como la economía, la sociedad y también para la ciudad. Para Sennet, en síntesis, la experiencia de la ciudad moderna se ha basado en las diferentes formas de relación entre la urbe y el individuo, a partir de la circulación[4]. Así, respiración y circulación fueron principios valorados positivamente, asociándolos a la salud del cuerpo y de la urbe, siendo incorporados crecientemente por las autoridades a las prácticas urbanas y urbanísticas en Europa y América.
Los tratados que abordaron el estudio de la ciudad durante el siglo XVIII consideraron la respiración como una cualidad central y que había que incorporar al ordenamiento de la ciudad, así como a su organización espacial.[5] Asimismo, la tratadística expresó los cambios en torno a la opinión pública sobre la salubridad urbana, proponiéndose el reordenamiento de la urbe de acuerdo a principios higiénicos.
La revolución olfativa que propone Corbin se aplicó ampliamente en los proyectos de reordenamiento urbano en ciudades europeas. Los planteamientos de organización de las actividades y funciones de la ciudad se estructuraron de acuerdo a parámetros olfativos. Así, Benito Bails, recogiendo los trabajos de Pierre Patte, proponía que tras el perímetro amurallado de la ciudad, se emplazarían los arrabales o fouxbourgs, donde se localizarían los oficios mecánicos que causaban mal olor o hacían ruido: lavaderos, casas donde se alquilan sillas de posta, coches de camino, mataderos y las cuadras necesarias, etc. Más allá de los arrabales se localizarían los cementerios y hospitales, que generaban la corrupción del aire y las aguas, exhalando los olores pútridos y de mayor peligro para la población.
El conjunto de disposiciones sobre higiene urbana tanto en Lima como en las demás ciudades hispanoamericanas del siglo XVIII, haciendo eco de los postulados de tratados y discursos sobre principios de salubridad urbana, insistieron en la necesidad de controlar las emanaciones producidas por los basurales, favorecer la circulación de los desperdicios sólidos y evitar su estancamiento, así como los aniegos y las aguas estancadas, orientando sus recomendaciones a la creación de infraestructuras afines como calles empedradas y un sistema de alcantarillas, junto a medidas como la prohibición de dejar animales muertos en las acequias, la limpieza y rehabilitación de los paramentos de las viviendas y edificios públicos, la organización de un sistema de carros que recogiesen las basuras con un horario especifico a fin de evitar su acumulación, entre otras. Si no era posible eliminar absolutamente los desperdicios de la ciudad y su entorno, se dispuso que los desmontes y los residuos se retiren a la periferia, en torno a las murallas y el río. Asimismo se buscó la circulación ordenada de vehículos y peatones. Tal como Pierre Patte proponía para Paris, a partir de un plan para ordenar la circulación urbana, en Lima las autoridades procuraron resolver la circulación en sus intramuros, donde era cotidiano el atasco producido por carros y ganado de silla, además de borricos y otros animales que permanecían en medio de las calles. Es conocida la sentencia del Virrey Marqués de Avilés: “No se admitirán más bestias chúcaras dentro de la ciudad”[6].
Por razones de salud física o social, las autoridades vieron la circulación como una cualidad que debía promoverse, a partir de la idea que la libre circulación estimulaba la actividad mercantil. Tanto como en la circulación de personas, se tuvo interés en la circulación de los bienes. Se fomentó el ordenamiento del expendio de alimentos y otros, procurándose su libre comercialización. De acuerdo a este propósito, las autoridades buscaron erradicar los regatones, pues generaban escasez y el incremento del precio de los alimentos. Una medida adicional fue favorecer el tránsito dentro de la ciudad, y de ésta al interior del espacio colonial.[7]
En el Perú virreinal, el discurso higiénico fue preocupación tanto de los intelectuales ilustrados agrupados alrededor de la Sociedad Amantes del País, como de sus autoridades (la autoridad virreinal, el Cabildo y el Intendente). Los marinos Juan y Jorge Antonio de Ulloa ya en la primera mitad del siglo XVIII, habían resaltado el carácter insalubre de la Ciudad de Los Reyes.[3] Los ilustrados peruanos a través de publicaciones como el Mercurio Peruano comentaron y polemizaron en torno a la insalubridad de Lima, cuyo diagnóstico buscaba modificar las prácticas urbanas en materia de higiene pública, difundiendo entre el público, los cambios que a este respecto venían operándose en la Metrópoli y en distintas ciudades europeas.
En su Oración Inaugural del Anfiteatro Anatómico, el médico Hipólito Unanue señalaba como dos de las causas más importantes de las funestas enfermedades de Lima, que llevaban a la muerte a extranjeros como a parroquianos: “Lo primero, por permitirse, que las calles y plazas fuesen establos de los excrementos y despojos de la multitud de cuadrúpedos que entran, salen y se encierran en ella, formándose por esta causa enormes muladares. Lo segundo, porque a las acequias que atraviesan casi todos los barrios, y arrastran las basuras de las casas, se les ha dejado formar a su arbitrio pantanos, sin cuidar otra circulación ni limpia que la desecación que hacen los ardores del estío”.[8]
La insalubridad de Lima se acentuaba al haberse transformado el antiguo sistema indígena de canales de regadío del valle como sistema de cloacas, que se distribuían por las calles de la ciudad. Aunque las lluvias fueron y son inusuales, los aniegos eran frecuentes, causados en la mayor parte de los casos por los atoros que se producían en los canales, donde se arrojaban animales muertos, entre otros desperdicios. A todas estas condiciones, se sumaba el hecho que las murallas de Lima tenían incompletos los baluartes y rampas, que requerían volúmenes importantes de tierra, disponiéndose que se arrojasen los escombros, desmontes y basura de la ciudad en los vacíos que los baluartes huecos dejaban.
No obstante el trabajo del Virrey Amat y las autoridades edilicias en torno a los problemas de salubridad urbana, los informes del Cabildo de los años siguientes, advertían del desaseo y desorden de la ciudad, incluidos los “hálitos pestíferos”. Las disposiciones del Intendente Escobedo, en la siguiente década, procuraron modificar este escenario y de civilizar la urbe en sentido tanto moral como físico.
Los ilustrados peruanos tuvieron un papel destacado en el pensamiento sobre la ciudad en tanto incorporaron el discurso médico como parte central del discurso urbano, formulando los primeros planteamientos en temas de ordenamiento y salubridad urbana, dirigidos a reformular las prácticas urbanas tradicionales, tomando las ideas que venían de Europa y aplicándolas a la realidad local. Sus propuestas, expuestas y debatidas en el Mercurio Peruano no sólo tuvieron un sesgo teórico, sino además una aplicación inmediata, como las obras de infraestructura médica concretadas por el médico Hipólito Unanue.
Por su parte Richard Sennet sostiene que los antecedentes de esta sensibilidad higiénica y su aplicación a las prácticas urbanas, implementadas durante el siglo XVIII, se encuentran en los trabajos de los médicos, especialmente en los estudios de la fisiología en torno a la circulación de la sangre y la respiración. Las teorías de Harvey del siglo XVII, sobre los principios de la circulación sanguínea, produjeron cambios importantes en las formas de entender el cuerpo y la sociedad, principios que fueron tomados tanto por los médicos como por los economistas. Se entendía que la circulación y la respiración eran beneficiosas, no sólo para la salud del cuerpo, sino para aspectos tan diversos como la economía, la sociedad y también para la ciudad. Para Sennet, en síntesis, la experiencia de la ciudad moderna se ha basado en las diferentes formas de relación entre la urbe y el individuo, a partir de la circulación[4]. Así, respiración y circulación fueron principios valorados positivamente, asociándolos a la salud del cuerpo y de la urbe, siendo incorporados crecientemente por las autoridades a las prácticas urbanas y urbanísticas en Europa y América.
Los tratados que abordaron el estudio de la ciudad durante el siglo XVIII consideraron la respiración como una cualidad central y que había que incorporar al ordenamiento de la ciudad, así como a su organización espacial.[5] Asimismo, la tratadística expresó los cambios en torno a la opinión pública sobre la salubridad urbana, proponiéndose el reordenamiento de la urbe de acuerdo a principios higiénicos.
La revolución olfativa que propone Corbin se aplicó ampliamente en los proyectos de reordenamiento urbano en ciudades europeas. Los planteamientos de organización de las actividades y funciones de la ciudad se estructuraron de acuerdo a parámetros olfativos. Así, Benito Bails, recogiendo los trabajos de Pierre Patte, proponía que tras el perímetro amurallado de la ciudad, se emplazarían los arrabales o fouxbourgs, donde se localizarían los oficios mecánicos que causaban mal olor o hacían ruido: lavaderos, casas donde se alquilan sillas de posta, coches de camino, mataderos y las cuadras necesarias, etc. Más allá de los arrabales se localizarían los cementerios y hospitales, que generaban la corrupción del aire y las aguas, exhalando los olores pútridos y de mayor peligro para la población.
El conjunto de disposiciones sobre higiene urbana tanto en Lima como en las demás ciudades hispanoamericanas del siglo XVIII, haciendo eco de los postulados de tratados y discursos sobre principios de salubridad urbana, insistieron en la necesidad de controlar las emanaciones producidas por los basurales, favorecer la circulación de los desperdicios sólidos y evitar su estancamiento, así como los aniegos y las aguas estancadas, orientando sus recomendaciones a la creación de infraestructuras afines como calles empedradas y un sistema de alcantarillas, junto a medidas como la prohibición de dejar animales muertos en las acequias, la limpieza y rehabilitación de los paramentos de las viviendas y edificios públicos, la organización de un sistema de carros que recogiesen las basuras con un horario especifico a fin de evitar su acumulación, entre otras. Si no era posible eliminar absolutamente los desperdicios de la ciudad y su entorno, se dispuso que los desmontes y los residuos se retiren a la periferia, en torno a las murallas y el río. Asimismo se buscó la circulación ordenada de vehículos y peatones. Tal como Pierre Patte proponía para Paris, a partir de un plan para ordenar la circulación urbana, en Lima las autoridades procuraron resolver la circulación en sus intramuros, donde era cotidiano el atasco producido por carros y ganado de silla, además de borricos y otros animales que permanecían en medio de las calles. Es conocida la sentencia del Virrey Marqués de Avilés: “No se admitirán más bestias chúcaras dentro de la ciudad”[6].
Por razones de salud física o social, las autoridades vieron la circulación como una cualidad que debía promoverse, a partir de la idea que la libre circulación estimulaba la actividad mercantil. Tanto como en la circulación de personas, se tuvo interés en la circulación de los bienes. Se fomentó el ordenamiento del expendio de alimentos y otros, procurándose su libre comercialización. De acuerdo a este propósito, las autoridades buscaron erradicar los regatones, pues generaban escasez y el incremento del precio de los alimentos. Una medida adicional fue favorecer el tránsito dentro de la ciudad, y de ésta al interior del espacio colonial.[7]
En el Perú virreinal, el discurso higiénico fue preocupación tanto de los intelectuales ilustrados agrupados alrededor de la Sociedad Amantes del País, como de sus autoridades (la autoridad virreinal, el Cabildo y el Intendente). Los marinos Juan y Jorge Antonio de Ulloa ya en la primera mitad del siglo XVIII, habían resaltado el carácter insalubre de la Ciudad de Los Reyes.[3] Los ilustrados peruanos a través de publicaciones como el Mercurio Peruano comentaron y polemizaron en torno a la insalubridad de Lima, cuyo diagnóstico buscaba modificar las prácticas urbanas en materia de higiene pública, difundiendo entre el público, los cambios que a este respecto venían operándose en la Metrópoli y en distintas ciudades europeas.
En su Oración Inaugural del Anfiteatro Anatómico, el médico Hipólito Unanue señalaba como dos de las causas más importantes de las funestas enfermedades de Lima, que llevaban a la muerte a extranjeros como a parroquianos: “Lo primero, por permitirse, que las calles y plazas fuesen establos de los excrementos y despojos de la multitud de cuadrúpedos que entran, salen y se encierran en ella, formándose por esta causa enormes muladares. Lo segundo, porque a las acequias que atraviesan casi todos los barrios, y arrastran las basuras de las casas, se les ha dejado formar a su arbitrio pantanos, sin cuidar otra circulación ni limpia que la desecación que hacen los ardores del estío”.[8]
La insalubridad de Lima se acentuaba al haberse transformado el antiguo sistema indígena de canales de regadío del valle como sistema de cloacas, que se distribuían por las calles de la ciudad. Aunque las lluvias fueron y son inusuales, los aniegos eran frecuentes, causados en la mayor parte de los casos por los atoros que se producían en los canales, donde se arrojaban animales muertos, entre otros desperdicios. A todas estas condiciones, se sumaba el hecho que las murallas de Lima tenían incompletos los baluartes y rampas, que requerían volúmenes importantes de tierra, disponiéndose que se arrojasen los escombros, desmontes y basura de la ciudad en los vacíos que los baluartes huecos dejaban.
No obstante el trabajo del Virrey Amat y las autoridades edilicias en torno a los problemas de salubridad urbana, los informes del Cabildo de los años siguientes, advertían del desaseo y desorden de la ciudad, incluidos los “hálitos pestíferos”. Las disposiciones del Intendente Escobedo, en la siguiente década, procuraron modificar este escenario y de civilizar la urbe en sentido tanto moral como físico.
Los ilustrados peruanos tuvieron un papel destacado en el pensamiento sobre la ciudad en tanto incorporaron el discurso médico como parte central del discurso urbano, formulando los primeros planteamientos en temas de ordenamiento y salubridad urbana, dirigidos a reformular las prácticas urbanas tradicionales, tomando las ideas que venían de Europa y aplicándolas a la realidad local. Sus propuestas, expuestas y debatidas en el Mercurio Peruano no sólo tuvieron un sesgo teórico, sino además una aplicación inmediata, como las obras de infraestructura médica concretadas por el médico Hipólito Unanue.
[1] ESCOBEDO, Jorge. División de quarteles y barrios…., 1785
[2] En este contexto se erigieron, además del camino y portada del Callao, el camino de Miraflores. Asimismo, se edificaron y/o repararon las portadas de Maravillas, Monserrat y Martinete (AHML, JM, Obras Públicas, Doc. 14, Caja 1, 1808).
[3] ULLOA, Jorge Juan y Antonio de. Relación de viaje a la América Meridional, 1992 (1748), p. 101
[4] CDIP, Tomo I, Volumen 8, Lima, 1974, p. 443, Nota 1
[5] Ibíd., preámbulo
[6] SENNET, Richard. Carne y Piedra. El cuerpo y la ciudad en la cultura occidental, Madrid, Alianza Editorial, 1997, pp. 273-290
[7] En Francia, Pierre Patte desarrolla sus teorías gráficamente, esbozando además de un plan de renovación para Paris, diferentes secciones para la circulación de las aguas servidas y los deshechos de la ciudad, concibiendo la ciudad como una maquinaria que debía permitir la circulación. En España, Antonio Valzania tenía presente el mismo criterio para el diseño de la ciudad y sus edificios. Por ejemplo recomendaba una red de plazas para una villa, porque “a mas de ser necesaria para la comodidad y desahogo, y hermosearla al mismo tiempo, contribuye en gran manera a que este sana, pues le proporcionan mejor la tan importante ventilación, mediante la qual se purifica la atmósfera de los infinitos álitos perniciosos, de la que suele estar agravada, especialmente en la que es numeroso el gentío, y que pueden perjudicar notablemente a la salud pública”. Ver: VALZANIA, Antonio. Instituciones de Arquitectura, 1791, Cap. III, Art. VI, p. 68
[8] Ver: ELÍAS, Norbert. La civilización de los padres y otros ensayos, Bogotá, Grupo Editorial Norma, 1998, pp. 456-460
[9] CORBIN, Alain. El perfume o el miasma. El olfato y lo imaginario social. Siglos XVIII y XIX, México D.F., FCE, p. 105
Imaginarios, discursos urbanos e ilustración en Lima tardo virreinal (1746-1824)
Isaac D. Sáenz
isaenz@spfaua-uni.edu.pe
[Nota] Este artículo recoge el trabajo realizado por el autor en la Universidad de Sevilla, como parte del proyecto de investigación para optar el Diploma de Estudios Avanzados (DEA) en abril del 2005. La misma investigación fue presentada en Buenos Aires, en agosto del 2007, en el Seminario Arquitectura, ciudad y territorio en el siglo XVIII, organizado por la Universidad Torcuato di Tella y en Marzo del 2008 en Ciudad de Guatemala, en el marco del V Encuentro de Ciudades y Entidades de la Ilustración.
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